Echo de menos muchos de los momentos que se han ido con los días. Anécdotas que en ese instante eran tan normales, pero que hoy han cobrado un valor inesperado para mí, que me sorprende y asusta al mismo tiempo. En mi memoria quedarán mientras yo sea capaz de almacenarlas intactas, tal y como sucedieron, con sus consecuentes lágrimas y sonrisas, pensamientos, teorías, aunque me temo que con los años comenzará a diferir, a amarillear. Confundiré lo que dije, lo que dijeron, lo que sentí, lo que sintieron. Y así todo acabará al final de mi vida. Capítulos llenos de tantas cosas que ya no se ven normalmente, que hasta duele dejarlos ir ahora mismo precisamente por todo lo que podrían haber expresado.
Una mezcla de entre dolor y melancolía asalta en emboscada mi alma en este punto. ¿Cómo, por qué? Una explicación, o un puñado de ellas, ya no serían suficientes para justificar el motivo de por qué todo ha terminado de esta postura y posición. Y sé que no comprenderéis o no todos, lo que intento decir. Si es así, me alegro, pues esa es la finalidad de este texto. Ser solamente yo, y alguien más, consciente del significado que tienen estas palabras.
A veces, me gustaría retroceder el tiempo con una máquina especial que lo hiciera pasar desde ese segundo mucho más lento. Regresar a cuando tan sólo un simple monosílabo tenía la capacidad de cambiarlo todo para siempre (ya fuera para salvarlo o para condenarlo). Planes, en ocasiones demasiado utópicos, aunque también demasiado ambiciosos. Proyectos grotescos y cómicos que daban conversación hasta el amanecer siguiente. Por eso digo que tantas cosas que merecían la pena se han abandonado en pos de un progreso necesario. Muchos sacrificios forzados, demasiado premeditados.
No diré unas últimas palabras, pues así mantengo todavía cerquita de mí esos tesoros, impidiendo que se marchen, y también que me afecten. Intento no culparme, ni buscar quien cargue con esa culpa, como tampoco de dármelas de importante y adjudicarme todo el mérito. Me digo a mí misma que así se quedó, y así ha de seguir quedando, entre aquí y allí, dos orillas demasiado lejanas y cercanas a la vez para salvarlas pero lo suficientemente cercanas como para observar los ojos de quien me observara desde la otra punta. Todo demasiado extraño, sin duda. Algo que, valga la redundancia, no me extraña para nada.
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