Va y viene, lenta y ocasionalmente. Regresa a mí, hacemos el amor después de tanto tiempo, y vuelve a desaparecer. Digamos que me he acostumbrado a nuestra relación. Yo la amo por su apariencia, y ella me ama a mí por mi decisión y mi fortaleza. Al menos eso creo.
A veces la escucho llegar pues abre con celeridad la puerta, sube las escaleras hacia mi escritorio haciendo mucho ruido a propósito con sus botas de agua por los peldaños para que yo note su presencia, golpea la mesa en la que me encuentro con rudeza, y me exige que la posea. Yo, alzo vagamente la mirada por encima de la montura de mis gafas, esbozo una leve sonrisa, me levanto, la cojo de la mano y nos encerramos en mi dormitorio. Y pasan las horas, vuelan las horas. En esos instantes ella es mía y yo soy sólo suya, piel con piel. No existen prejuicios ni peros, ni excusas, ni celos.
Pero otras veces, llego a pensar que ni siquiera existe, o que simplemente se ha olvidado de mí y finalmente ha encontrado una nueva vida, aquella que siempre soñó con tener. Luego la lluvia, mojándolo todo a través del cristal helado. Cuando ella falta, el sol deja de brillar. Se marcha con ella, o eso creo yo, al igual que las estrellas y la luna que desde esta ventana ya no se ven. Ella siempre me dice que son su equipaje cuando viaja. La casa huele a humedad y a cerrado cuando eso ocurre. La taza del café no se calienta aunque el café esté ardiendo. Mis manos la rodean con frío y anhelo pero aun así siguen titilando. Las sábanas de mi cama ya no envuelven mi cuerpo, sino la carcasa hueca de un espíritu errante y atormentado.
Tenemos como norma no preguntarnos nada. Qué hemos hecho, o con quiénes hemos estado. Así que no sé si me es infiel o no cuando se marcha. Si me extraña, o si habla de mí a esas personas a las que ve. No lo sé. No sé nada al igual que ella no sabe si una noche decido emborracharme, acostarme con otra persona, o borrarla de entre mis palabras momentáneamente. Ese fue el trato. ¿Que si lo acepto? Básicamente es la única manera que tenemos para evitar odiarnos, cogernos rutina, y languidecer. Pensamos que, así, la chispa seguirá siempre viva, y aunque las ausencias sean duras, un reencuentro apasionado siempre es capaz de curarlo todo...O casi todo. Eso pensaba antes.
¿Que cómo es ella? Especial. Más que eso...Ella es INCREÍBLE. Su dulzura y su desprecio consiguen aturdir mis sentidos. No tiene paciencia, tampoco respeto. No le importa alzar la voz si con ello consigue que la calle con un beso. Tampoco halla inconveniente en despertarme si necesita que la abrace en mitad de la noche. Ella, sencillamente, no tiene horarios, ni calendario, ni más motivación que confundirme. Quizás por eso la ame tanto, aunque también podría ser odio. Tampoco me importa.
Sin embargo son altas horas de la madrugada. Toda la casa está en silencio, vacía y hostil. Me siento como una extraña aquí, en la oscuridad tan forastera en tierra de noche... Jamás se había ausentado durante tanto tiempo. Me siento frente al ordenador desvelada por mis propios pensamientos que se entremezclan con mis sentimientos y comienzo a escribir, aunque ya hacía tanto tiempo que no lo ponía en práctica que creo haberlo olvidado. Quisiera llamarla y preguntarle por qué tarda tanto pero ¡ah! Nada de preguntas. Las normas son las normas y hay que cumplirlas.
Ella, tan auténtica y huidiza. Tan cruel, tan esquiva. Ella tiene mil disfraces y siempre conseguirá sorprenderte. Ella que surje de cualquier cosa... Una idea, una palabra, o cualquier hecho cotidiano. Ella, violada por tantos, amada, respetada, e igualmente abandonada. Ella, mi musa y maldición. El amor de mi vida hecho arte para mí. Ella...siempre será ella. Y la amo por lo que es. Es, ELLA.
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