Me contaron una vez que hay personas que mienten tanto que acaban creyendo sus propias mentiras... Entonces pensé, que si sonreía tantas veces al día, tal vez acabaría creyéndome mi propia felicidad.

9 de junio de 2011

él quería cruzar los mares y olvidar a su sirena.

 
Camina tan rápido que apenas se deja pensar. Dice que su voz es más claras después de la lluvia y que sus zapatos rojos se destiñen a cada gota de esta. Parece triste, pero pocas veces lo es. Dice que no elige bien sus cartas, que su vida es tan poco agraciada como su cara, pero nunca nadie la ha oído quejarse. Asegura que quejarse es como hacerle saber a la luna que el sol brilla más. Y no le apetece dar a nadie el gusto de sentirse superior gracias a su poca autoestima. Piensa en lo bien que le trato aquél marinero, y aborrece sus pensamientos a partir de las dos de la mañana, se siente culpable por haber amado sin medida a aquel marinero, siendo un pobre pirata que le robó su más valiosa joya, y perdió el control de todos los besos que le daba bajo aquel perdido cielo. Él la quiso, nunca se lo negó, pero desapareció dejando en su almohada una carta donde juraba que volvería. Ella le esperó tanto como pudo. Tanto que aun con sus manos envejecidas aguantan el calor de aquella playa. Viste un velo blanco teñido de negro por culpa del sol, y vaga sola a la espera de que el efecto del vino le haga olvidar el porqué de aquella razón.
Y ya son más de cuarenta años, los que su marinero le juro que volvería.


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