Me contaron una vez que hay personas que mienten tanto que acaban creyendo sus propias mentiras... Entonces pensé, que si sonreía tantas veces al día, tal vez acabaría creyéndome mi propia felicidad.

5 de mayo de 2012

la magia de un pequeño teatro.



Tómame de la mano y huyamos. No, no para siempre. Tan sólo déjame mostrarte por qué prefiero sonreír, a qué altura están los sueños inalcanzables, o por qué el tarro de las galletas nunca lo pudiste encontrar... Te explicaré por qué me encanta el olor del mar, y por qué detesto las avispas. Mi mundo a cambio de un día, un rato. Sé que no es mucho, yo no lo elegiría como plan alternativo, pero espero que así traspases la cerradura de mi mirada y consigas ver a través, como un viaje muy efímero del que solamente te puede quedar el recuerdo.

Un teatro en medio del bosque, de repente, inundó mis sentidos con su historia. Tocaban una melodía triste y apagada, suaves telas azules oscuras y moradas emulaban al viento y a la oscuridad a ambos lados del pequeño tablón donde se iba a escenificar el acto. Un par de velas tenues y casi a punto de apagarse, lo iluminaban. Nadie había en escena, salvo una pequeña luna que descansaba en medio del escenario. Una luna de purpurina color violeta hecha de cartón. Por un instante, me sentí bien, atrapada por aquella magia que desprendía esa sencilla imagen.

-¡Mira, mira! Quedémonos a verlo.

-No me apetece. -. Dijiste de forma tajante al mismo tiempo que te girabas y comenzabas a marcharte, con los ojos fijos en el suelo, las manos en los bolsillos y a paso lento.

Corrí tras de ti. No tenía a nadie más en ese momento, ni aunque lo hubiese tenido, no quería dejarte marchar. No cuando estabas aquí, por mí. No era capaz de abandonarte, de no seguir cada uno de tus pasos. Te agarré de la camiseta por la espalda, luchando conmigo misma por no llorar o no parecer demasiado débil. Te diste la vuelta, quedando frente a mí, con el rostro serio e impasible. Conseguí dibujar una sonrisa un tanto forzada, y te rodeé la cintura con los brazos, abrazándome a ti con fuerza.

-Va, venga, tan sólo un poquito. Si accedes, prometo no pedirte nunca nada más.

Silencio. Supongo que lo tomé como un sí. Nos sentamos en la hierba, fresca y húmeda; tú con la espalda recta, y sin una expresión concreta en la mirada. Yo a tu lado, como los indios, o como los aprendices, o simplemente yo. Sin quererlo, reí bajito para que no pudieses oírme, para mis adentros. Lo había logrado.

Comenzó la función. La historia, trataba del valor que le damos a las cosas. Usaban metáforas tan atípicas como los astros, las estrellas, la tierra o el agua para relatar cómo se soñaba, o a qué sabe un guiño. Contaba la vida de un pequeño mago que vivía en un lejano reino. Antaño, había sido un chico alegre, despierto y aventurero. Con el paso del tiempo, y a causa del continuo embate de la vida, comenzó a no creer en nada, a crearse un mundo en el que poder echar la llave al pasado, y poco a poco fue marchitándose... Hasta que, un buen día, mientras dormía, se le apareció una pequeña niña, tímida y de andares gráciles. Se convirtió en su compañera, su amiga, su cómplice, y ambos pasaban las horas del sueño de él para poderse ver, jugar, o simplemente para hacer realidad aquellos deseos imposibles que perseguían.

-¿Eres real? -.Él muchas veces le preguntaba a ella.

-¿Por qué no iba a serlo? Si crees en mí, sin confías en mis palabras, yo siempre estaré contigo. -. Le respondía ella siempre.

-Pero, ¿y cuándo crezca? ¿Seguirás apareciéndote en mis sueños? -. Se apresuraba a decirle, antes de que pudiera huir de nuevo al avance del amanecer.

-¿Quién sabe? Yo seguiré existiendo para ti mientras tú me necesites.

-Es que no sé si necesito a alguien, no sé a quién necesito.

-Eso quiere decir que sí... Y me alegro de que haya sido un sí.

Esa fue mi parte favorita del teatro...

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