No es él. No tiene esa forma de hablar, ni ese gesto. No tiene esa puta facilidad para hacerte sentir especial. No lo consigue. No consigue que cada día me muera de ganas por estar con él. No tiene sus manos, sus palabras... Sus expectativas no enlazan con las mías. Sus complementos tan solo servirían para destacar aún más mis defectos. No se atreve a llamarme cada noche. No se despide con un “buenas noches, cielo”. No creamos frases. No surgen temas tontos con los que pasarnos media noche hablando de nada en particular. No me conoce, todavía no sabe hasta dónde soy capaz de cagarla, y hasta donde llego. No sabe quien soy ni para que sirvo. No sabe cuanto me cuesta dar el primer paso. No aparece cuando menos lo espero. No reconoce cuando me enfado, ni tampoco nota mi sarcasmo ni mi ironía a la primera. No podría describirme, no sabe donde quiero a ir a vivir. No sé ni que música le gusta, o si alguna vez ha escuchado algún grupo de mi tablón. No sé si le gustan los animales… No te quiero.
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